jueves, 31 de diciembre de 2009

Si alguna vez ves llover


Una mañana, siendo el mundo aún joven, Grawdell llamó a las puertas del océano para reunirse con los dioses del agua. Desafiante de los principios del mundo y las cosas, Grawdell iniciaba tan grande empresa guiado por su amor a Sirdel. ¡Oh, cuantas noches, cuantos días enteros pasaba Grawdell suspirando por ella! Admirando su inmensa belleza desde las alturas del reino de su padre Vohol, señor y amo supremo del cielo y el fuego eterno.

Sirdel era la más hermosa de las hijas del océano. De todas las maravillas y misterios que esconden sus aguas, ella era la más preciada. La belleza de sus ojos azules y penetrantes había llevado a la sinrazón a más de uno, pues su padre Heysan se negaba a perderla y lleno de colera amenazaba a sus pretendientes. Grawdell la veía desde el cielo, y ella desde su alcoba de agua y cristales secretos. Contemplándose uno al otro, entendieron que se amaban, que en verdad deseaban pasar la vida entera juntos en un ocaso eterno. Sirdel en silencio, hablándole con el alma (esa lengua que los necios no entienden) miro fijamente los ojos de Grawdell rogándole que la salvara de su jaula de soledad y desasosiego.

Los dioses del cielo, amos del fuego, y los dioses del océano, amos del agua, tenian probibido convivir desde el inicio del tiempo; les fue otorgado a cada uno su reino y su elemento. Grawdell sabía esto, pero su amor y su afecto eran tan grandes que ni aún el más antiguo y sagrado de los decretos podía frenar su amor secreto.

Armóse de valor el virtuoso caballero de las llamas y el fuego, y afanoso bajaba del reino del cielo. Quemando todo a su paso, se acercó a las puertas del océano pero al querer tocar aquellas aguas de sal para llamar a su amada se lastimó severamente, dejando humo a sus espaldas.

Por más que trató Grawdell no pudo hallar la forma de entrar al reino del agua. Maldijo y vociferó, “¡Maldito seas Meyhal, creador del universo, por crear en mi la paradoja del amor!¿Por qué te burlas de tu fiel sirviente?”. Vohol escuchó los gritos de su hijo y, temeroso, pudo ver la terrible abominación que intentaba. Furioso por desafiar las reglas del universo, condeno a Grawdell a permanecer en el cielo dentro de una esfera de fuego, alta y poderosa.

Heysan se enteró también que su hija sedujo al heredero del cielo. Sirdel había nacido con el poder de enamorar a cualquiera y obligarlo a cumplir las demandas que quisiera. Ante la escandalosa irresponsabilidad de su hija, Heysan decidió convertirla en el casco frío y desolado de las tierras del norte, donde el mar se vuelve tierra y el cielo cede ante el frío de Row.

Desde su prisión, la furia de Grawdell solo aumenta. Ignorante del destino de Sirdel decidó buscarla por los rincones de la tierra. Su ira hace que el agua tiemble y suba hasta su prisión de fuego creando blancas naves que flotan en el cielo. Al darse cuenta Grawdell de que su amor, su único amor, no se encuentra entre lo que se ha elevado, arroja todo furioso hacia el reino de los hombres.

A veces la furia de Grawdell arrasa ciudades enteras, pues la lluvia que con su poder crea la arroja con la fuerza que la tristeza y soledad provocan. La búsqueda de Grawdell es eterna, como su amor por Sirdel... Y permanente como su belleza.

La lluvia que empapa tu hombro son las lágrimas de un dios celoso.